LOS OCHO PLANOS DE MIGUEL ÁNGEL BUONARROTI
El
octógono diabólico
En una de mis visitas al
Museo de La Academia de Florencia, una guía con marcada sensibilidad platónica,
a la hora de contemplar los cautivos
y el David de Miguel Ángel, me
sorprendió cuando explicaba que Buonarroti contemplaba sus esculturas, desde
ocho planos diferentes. Como fotógrafo no acababa de encontrar esta lógica en
el universo fotográfico. Tanto elucubré que me salí por la tangente, y pensé
que el gran maestro, para llevar la contraria a la Iglesia, desechaba el siete
bíblico por el ocho renacentista. Hoy he tenido la oportunidad de hacer un
ensayo de esta presunta teoría de Miguel Ángel. En uno de mis paseos por El
Buen Retiro de Madrid, visité como no podía faltar, la plaza donde se erige de
Ricardo Bellver, El Ángel Caído. Por primera vez me di cuenta que la peana que
sustenta al diablo, era octogonal. Geométricamente una pirámide truncada. Y en
su base, cada una de las ocho caras disponía de una máscara con los atributos
de Lucifer. Ocho caretas aparentemente diferentes, con serpientes lagartos y
seres repugnantes. Tomando el perímetro del monumento como una circunferencia, siempre equidistante al eje del pedestal de
la estatua, y situado enfrente de esos rostros
monstruosos, enfoqué un plano angular del demonio, marcando virtualmente ocho
radios iguales. De esta forma conseguí ocho vistas de esta imagen. Con el sol
situado a la misma hora, el resultado fue de ocho enfoques que nos daba una
idea completa a 360º. Seguidamente realicé otras ocho tomas desde las mismas
posiciones, pero esta vez con un teleobjetivo de aproximación. De forma que el
ángel saliera con su rostro y parte de su cuerpo en un primer plano. Con estas
ocho fotos he obtenido ocho ángulos de visión contemplando todo el poder
asimétrico que tiene la reproducción diabólica. No conforme con estas dos
vueltas, llevé a cabo una tercera enfocando, uno por uno los rostros que me
habían servido de punto de referencia en las tomas anteriores. Ahora tengo que
examinar la riqueza de matices que tienen los ocho seres horrendos, que nunca
yo había mirado cara a cara. Esta experiencia es una oportunidad para descubrir
la utilización del número ocho por dos escultores separados por casi cuatro
siglos. ¿Casualidad? ¿Recurso arquitectónico? ¿Solución escultórica? ¿Dominio de
la estética? ¿Libertad creativa? No lo sé, seguiremos indagando. No obstante, mi
iniciativa personal reclama una novena opción. Es una fantasía, ilusión u
osadía, pero sueño encontrar en ese lugar, en la plaza del Ángel Caído, un
camión grúa que desafiando cualquier norma de seguridad y del Ayuntamiento de
Madrid, me alojara en su cubil y pudiera hacer tomas por encima del cabello al
viento del rey de los infiernos. Me sentiría como el mismo Dios. Viviría una
experiencia que rebasaría la satisfacción del fotógrafo; Mirándome a los ojos, manteniéndome la mirada como si
de Dios verdadero se tratara, y todavía me seguiría gritando aquello de: ¡NON SERVIAM!
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