Una abstracción... Donde el erotismo lo creas tú...
Por Pedro Taracena
Llegado el momento álgido de esta extraña primavera, decidí salir para retratar todas las rosas que encontrara a mi paso. Para ello provoqué tropezarme con ellas, en los lugares donde se dan cita en estos días de mayo. Otros años también lo he procurado, pero llegué tarde; cuando ya estaban agotadas de luz, de color y de olor. Pero hogaño a diferencia de antaño, todo ha sido diferente. He visitado cien rosas entre La Rosaleda de El Buen Retiro y La Rosaleda del Parque de Oeste. He dedicado la mitad de mi tiempo a cada familia de rosales. Pero sin cita previa, un sorprendente personaje se empeñó en acompañarme en mi paseo. Y yo me dejé llevar… Allí y desde el primer instante, hizo acto de presencia Eros, el dios del amor carnal. Nunca imaginé que podría descubrirme tantas vivencias y sensaciones, sólo admirando las rosas. Establecimos un dialogo donde la presencia de Eros se manifestaba a través de la transustanciación de las rosas en Amor de carne y hueso. Seducido por la bella y la dulce naturaleza, surgieron a flor de piel los atributos de Eros, con su máxima potencia. Desde los diminutos capullos, hasta los más reventones, transmitían una tensión sexual incontenible. El sol hacía brillar los pétalos, como si estuvieran en carne viva; abrasando la tarde preñada de morboso espejismo. Todas sin excepción tuvieron algo que contarme y con qué seducirme. Las rosas blancas exhibían candor y virginidad, manchadas ya por la huella de Eros. Sin duda que la gama de rosados, rojizos y hasta granates aterciopelados, es donde más se engolfaban los deseos más profundos. Los tensos capullos, las apretadas rosas, sin pasar por alto los pliegues que se abrían ensangrentados de placer, impacientes por reventar. Entretenerse con cada una era enredarse con sus encantos y caer preso de admiración de sus colores, concierto de seducción erótica y sensual. Llevado por los sentidos, me he emborrachado de luz, cegado de arco iris, intoxicado de olores, y hasta he deseado morder aquellos apetecibles manjares. Los capullos encadenados en la prisión de tensos pétalos, se resistían a la inevitable expulsión de la semilla. Aquellas rosas que se encontraban en plena floración, transmitían la sensación del gozo en plena madurez. Hasta las rosas a medio abrir, me embriagaban abrasándome con la pasión del crepúsculo. Y cómo olvidar las rosas ajadas que mostraban el cálido gozo ya consumado. Con sus pétalos alados pregonando a los cuatro vientos que, en aquella tarde, Eros por allí había pasado.
¡Elige la rosa que más te seduzca y abandónate entre sus pétalos!
(Puedes bajártela a tu ordenador)
Fin del paseo sensual